Pues si, el catorce de septiembre fué, futbolísticamente hablando un mal día. Jugar en la mañana en una cancha de tierra con gente a la que en mi vida había visto, puede devenir en un 3 - 0 en un lapso de diez minutos. Siendo yo el portero, claro está. Luego de ir un tiempo todo al ataque y sólo obtener un gol por la vía del horrible penal, que cabe comentar fué clavado, me hace pensar en la larga y muy tormentosa que puede llegar a ser ésta temporada jugando en el equipo de los de historia. Digo, los cuatro que ibamos de letras nos poníamos de acuerdo y al menos el segundo tiempo tuve incluso atajadas y uno de mis cuates salvó un gol, pero en fin, no acabamos tan mal.
Luego, pasada la clase de Doña Ilíada me fuí a mi entrenamiento para deshacerme del lastre moral de la mañana (de mínimo un gol totalmente estúpido) pero ah, cosa curiosa, partido contra los de química. El otro portero, el titular, jugó tres cuartos del partido, y aún más. El asunto es que no recuerdo la última vez que me emocioné tanto al entrar en una cancha de cambio, pero ah! La providencia de los porteros me dejó un regalito. Entrando el último defensa no alcanza a cortar, tirooooo. Gol. Hacia mi, sin meter ni las manos. Me gritaban más mentadas los de mi equipo de las que he recibido en mi vida. De inmediato alguien hizo mi ver error no tan craso debido a que anotaron un gol gracias a un rechace mío. ¡¡¡Luego lo peor!!! al no calcular el bote de una pelota que reboté hacia arriba acabé lejos de mi portería, con el balón adentro. Me fué bastante mal. La persona que funge de mi padrino en el equipo y más que nada hado madrino no fué y pues yo me siento aún bastante mal, deshonrar unos guantes es duro.
Pero de camino a mi casa me fuí charlando con quien pudiera ser un arquetipo de belleza occidental. Blush. . .
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